MI NOMBRE


DIOCELINA


Antropológicamente hablando, el nombre de una persona adquiere importancia en muchos sentidos, tiene que ver con dar identidad, con honrar a un miembro del linaje materno o paterno, tiene connotaciones y poder según la cosmogonía de la cultura en la que se nació, no solamente singulariza al individuo, también apoya la sucesión del poder de los ancestros, o incluso puede ser una muestra de lealtad y de amor a un miembro del clan familiar que, de inicio, pueden ser los progenitores. También hay nombres que son excluidos, sobre todo porque lo que se espera es que le dé sentido, dirección a su vida y honra al que se llamó así; por eso es que se evitan poner los nombres de aquellos antecesores que en sus actos y obras fueron no gratos para el linaje. Por ello es que el nombre, da un significado simbólico importante a la persona que vale la pena investigar. 

Mis padres pusieron gran interés en buscar el nombre para sus hijos e hijas, todos hacen referencia a alguien amado o a algo bello. Varias veces escuche la historia de los nombres de mis hermanos.

Elpidio fue el primogénito varón, su nombre hace honor a la vida y muerte de un hermano de mi padre, un accidente trágico de ferrocarril le quito la vida a un hombre muy querido, joven y de gran corazón. Su partida fue muy sentida y mi hermano mayor heredó no sólo su nombre también su gran corazón.

De mi segundo hermano, mis padres pasaron un tiempo en deliberación y negociación, mi padre quería ponerle Camerino, así lo vio el día de su nacimiento en el almanaque de aquel tiempo, además se le sumaba el que así se llamaba su tío abuelo paterno. Estos argumentos no fueron impedimento para que mi madre se opusiera terminantemente y en la búsqueda de otra opción, recordó las pláticas apasionadas de mis tíos en materia del rey de los deportes, ninguna idea puedo ser mejor que llamarle como un pelotero importante de la época. Roberto mi hermano hereda la presencia y la pasión por ese deporte; en mi mente está el recuerdo de su rostro entre serio y pícaro, como cuando suele soltar comentarios chistosos “¡Con todo respeto, me salvé de llamarme Camerino!”

Fuimos criados entre plantas y árboles que crecían contentas, mis padres tenían buena mano para ellas, cuidaba las matitas con esmero, estaban orgullosos de las flores que le regalaban a cambio de sus cuidados. Eran regadas con el agua que salía de la caldera del hospital del poblado en el que vivíamos, llegaba hasta nuestra casa por medio de un precioso arroyo que corría libre, humedeciendo la cálida tierra. En honor al colorido y hermosura de sus plantas le pusieron Rosa a su primera hija, pero así solito era muy corto y lo acompañaron de Delia, haciendo referencia a las dalias de color vino que crecían felices y perfumadas en el jardín. Rosa Delia, hereda la belleza natural y alegría de esas flores, quizá por eso su amor a las plantas y, por supuesto, su buena mano para ellas. 

Mis padres tal vez, no eran conscientes de la importancia que tuvieron sus elecciones, buscaban nombres que no fueran tan comunes y tuvieran significado. Y me sorprende porque hoy en día, hay estudiosos que indican que el nombre trae impreso una energía que se hereda, de manera que Anabel, la segunda mujer que llegó a la familia, hereda la belleza y la presencia de la artista Anabel Gutiérrez, el nombre, cumplía con los requisitos, era poco común y tenía una energía importante. Supieron de él por un artículo de una revista que hacía mención de la artista que fue parte de la Época de Oro del cine mexicano, participó en muchas películas, telenovelas y programas de televisión, además de ganar y estar nominada a varios Arieles. No dudaron en llamarla así, era un nombre muy singular, traía éxito y belleza tal y como es mi hermana, para mi sorpresa y como dato curioso, ambas nacieron en el mismo mes, septiembre.  

Mi padre tenía dos nombres, Camilo fue el que quedó asentado en el acta de nacimiento y César asentado solo en su fe de bautizo, pero así le llamaron toda su vida en nuestro pueblo, hasta mi madre lo llamaba así. Para darle continuidad a ese nombre de manera real y legal llamaron así a su ultimo hijo varón. La unión de mis padres se vio reflejada cuando a César se le unió Luis, el nombre de mi madre en masculino. César Luis la unión de dos personas que dieron vida, no solo a nosotros sino a tantas cosas, a tantos proyectos, a tantas metas, a tanto. Tal vez por eso mi hermano es médico dedicado a preservar la vida, siguiéndole los pasos a mi padre trabajando ambos en hospitales; siguiéndole los pasos a mi madre haciendo gala de la chispa característica marcada en ella; músico como mi padre; la sorpresa y el asombro ante lo simple y lo ordinario como mi madre.

La generosidad de mi madre, la compasión, la solidaridad ante su gente y su sangre, la llevo a asumir la responsabilidad de adoptar a su nieta como hija en el lecho de muerte de su nuera Martha, aquella asombrosa guerrera y madre biológica de Rosa Miriam. Le dijo sí al encargo de cuidar a su niña de escasos dos añitos, sin reparo, fue abuela-madre y, al unísono mis hermanos y yo la adoptamos como sobrina-hermana, su inclusión fue tan fácil, tan natural. Como si Martha fuera consciente de su partida, se aseguró de heredarle a su hija dos poderes que, sin duda ella ha asumido, el primero tiene que ver con la consciencia de lo fuerte y frágil de la vida, por eso la llamó como una flor, Rosa; y el segundo, que cuenta con el amparo divino de María, por eso le puso Miriam. A Rosa Miriam se le fue una mamá al cielo, pero la vida le trajo otra. A mi madre se le había ido al cielo una hija al nacer años atrás, pero la vida le trajo otra.

Afortunadamente mi madre, consideraba que los nombres del santoral que aparecían en los almanaques, eran no menos que pecado ponerlos, sin agraviar y con todo respeto. Repetidas veces comentó: ¿te imaginas?, te hubieras llamado Leodegaria, nos reíamos a carcajada batiente y eso me hacía confirmar la belleza de mi nombre.

Si algo nos heredaron mis padres, fue el gusto por el conocimiento, quizá por eso les gustó el nombre de una maestra que impartía clases en la Escuela primaria 20 de noviembre de 1910, se escuchaba muy bonito y les gustó para mí Dioselina. Su origen tiene que ver con lo divino, en la web encontré significados como Diosa de la fraternidad y la unidad, alegría de Dios, o Dios en ti. Mi nombre original fue Dioselina pero en los libros de registro se asentó como Diocelina. Tal vez por el poder de su significado he pensado que la vida, el universo o mi alma, me pusieron retos en los que varias veces creía no poder y, la invocación de la energía divina era necesaria para sostenerme; quizá por eso me he dedicado a trabajar con Seres de Luz, quizá por eso estoy en vías de terminar un libro que tiene que ver con este tema. Y es que, nacida el 2 de octubre, la conexión con lo divino se confirma. El Papa Clemente X en 1670 promulgó, que justo ese día se celebrara a los ángeles custodios, que conste que no lo dije yo, no hay mano negra, todo embona.

Este nombre de verdad que ha dado tumbos, ha costado trabajo que se quede conmigo tal cual es. Cuando llegué a la ciudad de México yo no quería interactuar con los niños y niñas de la escuela, me veían como bicho raro y no perdían oportunidad de burlarse de mi estatura, rebasaba el promedio de la época, de mi cabello rizado, de mi acento y por supuesto de mi nombre. Nadie que yo conociera se llamaba como yo, desee llamarme como las demás, quería camuflajearme, o mejor aún esfumarme. Deseaba regresar a aquellas tierras, a ese mi mundo en donde todos sabían quién era y de qué familia venía. Lo resolví cerrando el pico y por años solo dije lo imprescindible, quizá por eso no corregía a quien me llamaba y aun me llaman Joselín, Yoseline, Yoselina, Dionisia, Celina, etc.

Con el tiempo fui haciéndome cada vez más dueña de mi nombre, fui identificándome con él, tomando el amor y la buena intensión con el que se me había puesto. Me llamo Dioselina por gusto y por amor de mis padres y Diocelina legalmente por los laberintos de la vida.

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