CUANDO OCURRA
La
muerte me persigue; me pisa los talones. El tiempo es mi verdugo. Me espera
atento relamiéndose el gusto de contar mi último aliento. Me le escondo por
entre mis letras, por entre mis palabras, por entre mi hacer y hacer sin parar.
Muerte
siempre cerca, por hoy sin tu guadaña, mirando otro objetivo. En este momento
no es conmigo, sólo por este momento. Le sonrío y agradezco.
Bailo
de la mano de un majestuoso espíritu de luz, regalos luminosos de vida eterna. En
cada movimiento abro un espacio vital que es sólo mío, vestida de bella enagua
y huipil.
Veo de
frente los ojos de quien me acompaña, anuncio quién soy; un paso y otro sin dar
la espalda, mientras te cuento del linaje del que vengo. En cada mano sostengo
una parte de la enagua, despliego las flores bordadas por otras mujeres que en
su esencia me acompañan con su garbo.
Todas engalanadas
con la estirpe bien puesta y el corazón alegre. Identidad enraizada que llega a
la cabeza en guie’chachi florecida en trenza.
Estudillo,
Abad, Zabalegui, José, Velázquez, Rojas y más están en mí. Tierra de alegrías, mi
sangre en quien la puebla y en el verde intenso de sus matitas con brillo de
sol calientísimo que llega hasta el alma vibrante de luz y vida.
No eres
el final tiempo-muerte. Todos somos espíritus de Luz esplendorosos y eternos,
no hay prisa. Soy la danza, soy el baile
de la continuidad al ritmo del corazón, disfrutando los pasos, abriendo mis
espacios con mis movimientos, alcanzando sueños, viviendo el momento. Mi numen se
enfoca en lo importante, construyo un lugar sagrado en mi interior y desde ahí me
despliego despacio con la cadencia del son istmeño.
Escribo
la tarea, cumplo despacio la misión, ofrezco servicio al mundo y a la vida desde
el centro de un pecho cultivado; desde la osadía y rebeldía de haber roto cadenas,
moldes y constructos; desde la paz con sonrisa de lo cierto-incierto; desde mi
estirpe que es el de todas; desde el valor que encuentra pertenencia en la
tierra de cocoteros altísimos que llegan al sol-luna; desde el poder de mi
espíritu guerrero incansable; desde la humildad de mi gente y mi sangre; desde mi
júbilo, mi fe, mi resplandor; desde mi amor, entrega y pasión por la vida.
Desde ahí mi diosa del agua, de las estrellas, del viento el fuego y la tierra.
Me
muevo y crezco hasta desaparecer y cuando eso ocurra, hasta la muerte bailará
conmigo la música de mi tierra, con su propia enagua engalanada del trabajo
amoroso de las mujeres todas.
Diocelina Estudillo Abad.
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