EXTRAÑAR A ALGUIEN


Es increíble cómo funciona el cerebro. Es capaz de almacenar sin error los detalles más inimaginables: olores, sabores, sensaciones, temperaturas, imágenes… personas; y confabularlos en la mente para hacernos vivir experiencias y sentimientos que marcan los buenos y malos momentos de la existencia.
Gracias a esta capacidad de memoria descubrimos el amor, el odio, el deseo, el placer, la tristeza, la añoranza… y aprendemos a extrañar y sentir nostalgia por todo aquello que nos hizo felices, aún cuando la vida nos haya separado, por disímiles circunstancias, para bien o para mal.
Desde pequeños, en cada nueva interacción con el medio, las personas se conectan emocionalmente con diversos entes. Al principio es de manera instintiva, como el caso de un bebé con su madre y luego, en la medida en que se desarrolla la racionalidad, somos conscientes de nuestros actos, establecemos lazos más fuertes y menos “fortuitos”.
Así sucede en las relaciones personales, de amistad y de pareja que se establecen en la vida adulta, cuando se conoce, comparte y convive con esa otra persona, con la que se tienen intereses comunes, pensamientos y proyecciones de vida.
Es entonces que, si se produce una ruptura, tras varios años de conexiones sentimentales, el individuo comienza a experimentar una serie de emociones que pueden ser contradictorias. Por una parte está la decisión tomada de estar separado, y por otra, se desencadena esa nostalgia y añoranza por lo que era antes: fuera funcional o no.
Generalmente, cuando la otra persona prefiere hacer su vida aparte, tras una relación cercana y duradera, se puede extrañar lo que se recibía y significaba desde lo psicológico, emocional u objetivo. Aparece el “hueco” o vacío por la ausencia de la persona extrañada, es precisamente un vacío de lo que puede que aún se quiera mantener.
En una pareja las conexiones van más allá del entendimiento en diálogo, comprenden la seguridad, la complementación entre lo sexual y lo emocional.
Sin embargo, con esta manera de pensar suele cerrarse la puerta a nuevas oportunidades, ya sean mejores o no, pues el “ego” extraña algo, lo embellece y perfecciona como argumento para recuperarlo.
En este punto se puede perder la noción entre lo que se quiere o se decidió, el amor, el cariño y lo que se supone correcto o no.
Muchas veces los miembros de una pareja se resisten a la separación porque confunden en esa sensación de “extrañar” un sentimiento de amor que ya no existe.
Es bueno saber reconocer hasta dónde esa añoranza responde a un sentimiento de continuidad y no a la costumbre o necesidad de seguridad, siguiendo el viejo proverbio de que “mejor malo conocido que bueno por conocer”.
Es cierto que en cuestión de sentimientos nadie tiene la verdad. Es difícil discernir entre lo que el “corazón” dicta y lo que la razón sostiene. Lo ideal, según señalan varios especialistas en el campo de la psicología humana, es aclarar las emociones, sin dejarse llevar por los primeros impulsos.
Esa nostalgia no siempre puede ser una buena consejera. Tomarse un tiempo, entender por qué fue la ruptura o la separación, teniendo siempre presente que una retirada a tiempo es mejor que una derrota final, es una filosofía a tener en cuenta.
Claro que eso no significa que se desista de la historia si esta amerita una segunda oportunidad. En este caso habría que replantearse los errores y tomar actitudes más renovadoras en la relación, que eviten tropezar dos veces con la misma piedra.
En ocasiones la diferencia entre querer y amar pasa por una cuestión posesiva o de “capricho” respecto a la de buscar el bienestar general conjunto: Es muy lógico y común querer a aquello que se ama, porque se necesita, desea y anhela el contacto con lo que se ama.
Sin embargo, lo que no es lógico es confundir cuando el amor es más un querer limitante del otro, una especie de modo enfermizo de pretender lo que es inalcanzable o contraproducente.
TRAMPAS DEL SUBCONSCIENTE
La actitud de extrañar es tan natural como cada una de las emociones y sentimientos que experimenta un ser humano. Vivirla no es malo, mientras que por ella no se caiga en una conducta obsesiva. Es muy común escuchar a personas decir que morirán si no recuperan a aquel “gran” amor, y una vez pasado el tiempo encuentran otra “media naranja”.
Entonces no pocos se reprochan el tiempo “perdido” porque no fueron capaces de rehacer antes su vida. Pero incluso esta actitud es normal, pues es parte del aprendizaje.
Cada vez que extrañemos a alguien con mucha fuerza, tratemos de tener bien claro el por qué de esa “añoranza”, pues puede estar relacionada también con la sensación de soledad, y sencillamente se busca consuelo con la historia más reciente, incluso se olvidan los errores o se idealiza.
Extrañar mucho tiende a ser una trampa inconsciente de auto complacerse en el dolor. El individuo se pierde en la tristeza de no poder tener algo que la propia persona estuvo de acuerdo con perder, y deja de lado la posibilidad de seguir adelante.
Es cierto que no todos piensan igual en materia de sentimientos, pero se ha preguntado usted si no se sentiría mejor si esa persona que tanto quiso, es capaz de reconocer que, a pesar de extrañarla, prefiere seguir adelante y dejar que usted también continúe su camino, porque ya el sentimiento no es suficiente.
Puede que sufra, pero a la larga estaremos agradecidos porque se fue sincero, sin dejar de sentir esa añoranza, y con ello se abrió una oportunidad para que ese amor se convierta en un querer sano, sin obsesiones ni caprichos.
Dijo Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Sin alterar mucho el sentido de la frase, pienso que “extrañar” es como la utopía, lo sientes pero está lejos… y sin embargo, sirve para caminar, crecer y continuar.

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