EN MI MUNDO

 


 


Por supuesto que soy suficiente para mí, por supuesto que estoy en mi corazón cada día más. He trabajado arduamente para lograr estar para mí. Y claro que me tengo.

Sin embargo, hoy siento que a mi corazón le hace falta un cachito, un pedacito. O quizá no le falta y es sólo una sensación de me falta, de que me faltas… el mundo perdió a maravillosos seres humanos; o, mejor dicho, a mi mundo se le fueron recientemente grandes personas y está triste. Aunque me avisaron de su partida, por alguna razón siento que la muerte me agarró desprevenida.

Por qué digo “la muerte me agarró desprevenida” ¿a mí? ¿La muerte me agarró desprevenida? Qué estoy diciendo.

Sé que la muerte de un ser querido siempre toca heridas de pérdidas previas. Seguramente veo mis propias muertes, mi yo resquebrajado, de cuando mi hija abrió la puerta de par en par y dejo que entrara una verdad que aplastó toda una vida de mentira en la que yo vivía, de cuando mi historia en pareja feneció, de cuando me encontré en casa de mis padres y me recibió la tristeza de su ausencia en medio de sus fotografías en un altar, alumbradas por veladoras y flores; de cuando murieron mis perros Paris, King y Luna, de cuando se fue aquella juventud, aquel cuerpo más hábil y diestro, de cuando se mudaron mis amigas y amigos al cielo.

He dicho que estoy lista para cuando, mi siempre respetada y admirada muerte, venga, me indique el camino de salida y me conduzca a un mundo, que muchos dicen y yo también, puede ser mi verdadera casa. he manifestado en otros momentos que estoy lista, pero hoy no lo digo tan firmemente. La estancia en lo que se llama la luz no es mi problema, he vivido en varios lugares y de alguna manera tengo experiencia en desapegos y perdidas. En cada cambio dejo cosas, cosas y más cosas, personas y más personas, plantas, climas, sensaciones, etc. No creo que se me haga difícil prescindir de lo que “tengo” y que creo, me pertenece.

Para lo que no estoy preparada es para el tránsito, para el camino que me lleva de esta realidad a la otra.  A Luisa por ejemplo le llevo 2 meses en casa y 1 mes en la clínica, a Cami unas horas en urgencias de un hospital, a Maru le llevo 7 días de internamiento y un año en tratamientos, pero a Alicia, su hermana, su sobrina y su papá un accidente automovilístico les arrancó la vida en un minuto.

 

Antes decía que prefería morir de un solo golpe, así nada más, sin tiempo de decir ni un adiós siquiera… como si pudiera elegir… ¿Se podrá elegir? A lo mejor elegir es solamente estar en sincronía con los designios divinos. Cómo sea, qué susto es pasar por ese tránsito, ese camino que hay entre esta vida y lo que sea que sea, el otro lado.

He creído que nuestra alma sabe que va a morir un par de años antes, aunque es más evidente unos días antes. Por eso es que para los que parece que fallecen sin proceso de enfermedad, de todas formas, hay un proceso previo, que la mayoría no alcanzamos a ver. De alguna manera empiezan a despedirse para tomar el camino que lleva a la muerte de un cuerpo y el nacimiento a otra parte, donde nada material es necesario.

Yo creo que mi Diocelina, con la que viví muchos años se está marchando, esta es mi muerte. Estoy en ese tránsito de miedo, estoy en duelo. Me sirvió por tanto tiempo, pasamos por tantos eventos. La recuerdo y aún le lloro, sin duda ha dejado un vacío grande en mi pecho. La tristeza me sale tan natural. Por los poros de mi piel brotan minúsculos honguitos de tanta humedad por las lágrimas, encuentro plantitas de adormideras, de esas hojitas verdes que se cierran cuando las tocas, están acompañadas de plantitas de flor de un día. Sí, ella se fue para darle paso a otra, que creo conocer de antaño y que me ha esperado. La siento y la veo, pero aún la estoy re-conociendo y volviéndola a mí, para que ocupe su lugar. Este es el tránsito que me asusta, soltar lo ya conocido para tomar lo relativamente nuevo.

Mi Diocelina, la de mis sueños y yo somos conocidas de antaño. Cuando algún acontecimiento o proceder de alguna persona me la recuerda, siento que hasta me falta el aire, reacciona de un modo que no espero. Ella me ha visto padecer, pelear, luchar, trabajar, aferrarme y ella me acompaña son su silencio respetuoso por mis procesos; me ha observado en derrotas, fallas, dolores y desgarros internos y ella me ve con ojos de amor y no me juzga, me ve con ternura porque sabe que estoy aprendiendo.

La Diocelina de mis sueños me ha visto en plenos discursos frente a mis guerreros, pidiendo tomen sus armas y luchen junto conmigo, me ha mirado con compasión cuando todo se ha caído y empiezo a construir lo nuevo casi de cero, ha presenciado batallas internas, me ha visto vencer, vencerme y perder; entonces ella abre sus brazos llenitos de misericordia invitándome a ir hacia ella, me alienta, me alimenta con su abrazo y me pide que coma bien, que duerma lo suficiente, que descanse.

A mi Diocelina de mis sueños, vieja conocida de mi vida, la veo paciente, serena, cierta en medio de la inseguridad. Me repara con su dulce mirada, me canta amorosamente desde el alma, me recuerda la dulzura de la vida y me cuida las heridas. Alumbra mi camino a veces oscuro y amargo. Me teje para resguardarme del frío, se compromete conmigo y no me deja sola. Está para mi eternamente, es mi cobijo y mi guarida.

Mi dulce y vieja conocida Diocelina, cuando veo a alguien parecida a ti, siento que se me va el aire, señal de que te he olvidado. Cuando alguien es dulce con otra persona y la belleza se desborda en una mirada de amor, siento que se me escapa el aliento, signo de que no te tengo presente. Regreso a la calma cuando te pongo en ese cachito de mi corazón que dejó la Diocelina del pasado y permito que entres en mí, tú lo haces en un silencio amoroso desde tu Alma, con firmeza desde tu Espíritu y con sabiduría desde tu Ser. Juntas estamos completas, somos una, me tengo.

 

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